En la desembocadura del Ocoña

febrero 16, 2009

(Ocoña 9 de febrero de 2009). Lejano a su nacimiento en las lagunas  glaciares al pie  de los altísimos volcanes arequipeños  y después de atravesar los profundos abismos del cañón de Cotahuasi, el río Ocoña llega a su encuentro con el mar. Una demostración de vida,  fuerza y renovación que se manifiesta en su máximo esplendor cuando, como hoy, llega  el río oscuro y cargado por las abundantes lluvias serranas. 

El respeto que los peruanos del campo siempre han sentido  por este momento esta simbolizado por las “apachetas” que encontramos al borde de la carretera; encuentro de espacios geográficos y culturales, cuyo misticismo fue,  en tiempos anteriores, celebrado con la construcción de importantes santuarios y templos donde habitaron dioses de tanto poder como en  Chavín y Pachacámac.

Apachetas en el camino.

Apachetas en el camino.

De nosotros y de las políticas ambientales que sigamos  depende la salud y limpieza de las aguas de nuestro planeta  y sus ciclos vitales, fundamentos de vida. No olvidemos -como pidiese el recientemente desaparecido y sabio Cabieses- el ancestral   culto al agua.

En la desembocadura del Ocoña, cuando el rio encuentra al mar...

En la desembocadura del Ocoña, cuando el río encuentra al mar...

En el valle de Ocoña.

En el valle de Ocoña.

Libertad Playera. La mejor de todas

diciembre 23, 2008

El sol ya brilla por todo lo alto cuando llegamos a playa Ñave en Chilca y el cielo poderosamente azul se confunde con el mar calmo. A solo 60 kilómetros de Lima y no estamos rodeados de “lindas” casas de verano ni cerquitos y trancas que impidan el paso y den el toque de exclusividad, estilo nuevo rico, tan patéticamente popular estos días. Solo la playa, nuestras viejas sombrillas simbólicamente clavadas frente a nosotros y una sensación de libertad que nos deja un poco mareados de incredulidad…¿Qué pasa?  

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Caminamos kilómetros de orilla sin ser molestados por vendedores o vigilantes “huachimanes”, saltamos al agua todavía fría y salimos eufóricos. Mateo, Catalina y Sol descubren el boquerón y con esa maravillosa posibilidad de sorprenderse que les otorgan sus pocos años de vida, investigan los roquedales y regresan a nosotros con criaturas extrañas en las manos y la cabeza llena de preguntas; aunque, probablemente, la más contenta de todos sea Guan, nuestra labrador, que corre feliz sin ser amenazada por señoras elegantemente preocupadas por reglamentos y probables “pupus” caninos.

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Pasa del medio día y el súper hambre que tenemos es calmado con los mejores  sanguchitos caseros de pollo que hemos comido en mucho tiempo, uvas y mango con el infaltable poquito de arena ayudan también. Exploramos las profundas cuevas cercanas, esquivamos la chuitas sentadas en sus nidos y descubrimos una poza formada por mareas más altas y dejada ahí como un regalo de agua tibia. Día de playa como los de antes, de cuando las mejores playas eran propiedad y derecho de todos. Chicos y grandes juntos, gordos y flacos, iguales todos. Sin mayores pretensiones, en perfecto y simple contacto con la naturaleza, tranquilidad total, nuestras necesidades completamente satisfechas.

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Pero claro, todo por bueno que sea tiene un final. Cae la tarde y muy contra nuestra voluntad debemos volver a la gran ciudad y su desesperación pre-navideña. Dejamos Ñave con la promesa de volver muy pronto…¿Qué pasó? Nada, solo otro hermoso día de libertad.

3. En el río… ¡La vida es más sabrosa!, publicado el 28 de agosto de 2008

septiembre 19, 2008

El cielo (¿cual cielo?) invernal, cubierto de un espeso e informe manto gris que ya lleva varios días estacionado sobre nuestras cabezas. La antipática llovizna que sigue mojando caras y convirtiendo veredas en pistas de patinaje, sobre las que avanzamos con la mirada clavada en los pies para evitar el resbalón, esconder el resfrío e inútilmente intentar evitar que ese sabrosísimo tufito a monóxido nos llegue a la nariz.

Así las cosas, se entiende perfectamente la posición de viajeros -de ayer y hoy- que hacen público y notorio su fastidio a pesar de no tener que batallar sostenidamente con el moderno y espeluznante caos del tráfico, cortesía de la inteligencia y capacidad de planeamiento de sucesivas autoridades. Las cosas son distintas, claro, en verano, bajo el sol y con el mar al frente; pero resulta que estamos en Agosto y falta un buen paquetito de meses antes de que podamos agarrar toalla, sombrilla y chancletas para quitarnos a la ‘yapla’. El tiempo vuela, dirán ustedes, si, cierto… ¡pero eso es cuando te estas divirtiendo!

Así que para ustedes, felizmente muchos, que como yo necesitan recargar sus baterías al sol, se aburren como grillo en botella si se quedan mas de dos semanas en la ciudad, y saben -o por lo menos intuyen- que el contacto con la naturaleza es la mejor terapia, aquí les va una receta que aprendí desde cuando, chiquito e invisible en mi uniforme escolar plomo, esperaba el ómnibus sobreviviendo húmedo hasta los huesos: ¡Vayan al río!, escojan alguno de los varios valles cercanos a Lima, suban a su carro, combi, bus, bicicleta o lo que mejor les acomode, pero escapen, y no paren hasta encontrarse con el Sol (lo que generalmente, privilegio que da nuestra geografía, no tomara mas de 30 kilómetros valle arriba). No hay excusas, si algo bueno ha traído la modernidad es la posibilidad de acceder a lugares antes lejanos, de forma fácil, rápida y hasta barata. Una vez allí, busquen el mejor camino al y disfruten de las cosas simples de la vida, esas que generalmente se disfrutan sin zapatos y con poca ropa.

El sonido y brillo del agua, una piedra tibia para echarnos a esperar la llegada de mirlos, garzas y hasta martines pescadores, aves ahora prácticamente inexistentes en la ciudad. No se chupen y métanse al agua, en kayak, cámara o calzoncillos, pero mójense. Tengan cuidado, busquen un lugar seguro y suave con las corrientes. Parte indispensable de su «equipo para baños en el río» debe ser un buen par de sandalias o zapatillas viejas, las piedras pueden ser resbalosas y a nadie le gusta regresar sin uña a su casa; y porque hasta los paraísos tienen sus pequeños demonios, no se olviden del repelente. Requisito indispensable también, el agua debe ser limpia y razonablemente libre de contaminación, algo que lamentablemente se esta convirtiendo en un lujo cada vez mas escaso, pero que todavía es factible en los valles del Santa Eulalia, Chillón, Chancay y por supuesto del Cañete, entre otros.

Así que siendo hoy viernes, no les quitamos mas su tiempo. Tienen que terminar ese par de cosas pendientes, preparar el maletín y planear el escape. ¡No solo en el mar la vida es más sabrosa!

2. Lo mejor de los oasis es que existen, publicado el 25 de junio de 2008

septiembre 19, 2008

Aunque asociados más a las leyendas o relatos imaginados por desesperados viajeros de turbante, lo mejor de los oasis es que existen. Desafiando la lógica y de alguna manera las leyes de la naturaleza, ahí están, un regalo de agua y vida en las condiciones más adversas. Espejos azules reflejando estrellas y tranquilidad. Este, en particular, existe, enclavado en los extensos y maravillosos arenales al este de la Bahía de Paracas, cerca de donde las poderosas y ondulantes dunas que lo esconden se detienen en seco -como asustadas o sorprendidas- frente al intenso verdor del valle del río Pisco, definiendo una dramática frontera de ecosistemas vigilada por antiguas huacas protectoras.

¿Cuáles son sus orígenes? ¿Afloraciones naturales? ¿Es acaso el resultado de cercanas irrigaciones? No lo sabemos y no importa. Sabemos sí, porque nos lo cuenta Héctor, que vive en sus orillas, que alguna fue bastante más grande. Nos dice también que estuvo a punto de desaparecer y que él y quien ahora es propietario de los terrenos -o mejor dicho dunas- circundantes, han hecho un gran esfuerzo por la conservación, recuperación y mantenimiento de sus actuales seis acuáticos kilómetros, refugio de gallinetas, zambullidores y turtupilines, entre otras aves.

Un pequeño muelle, dos botecitos e incluso una pequeña pero muy cómoda casa hospedaje han sido instalados y ayudan a redondear la experiencia. ¿Cómo llegar? ¿Cuál es el nombre? ¡Búsquenlo!

Dice el «manual del buen explorador» que los oasis deben ser encontrados así que como máximo damos esta pista: comenzar en S 13º45’7»/ W76º09’56» y poner curso hacia 13º45 39»/ W76º03 22». Es necesaria una buena camioneta 4×4 o comenzar la caminata temprano llevando agua y protección solar suficiente para recorrer los aproximadamente 13 kilómetros que separan ambos puntos. Pongan algo de soles en su bolsillo, la zona es propiedad privada y una colaboración por el uso y mantenimiento es requerida.

Suerte y… ¡cuidado con los espejismos!

1. ¿Alguien necesita otra razón más para viajar?, publicado el 3 de junio de 2008

septiembre 19, 2008

A mí -como a ustedes, seguramente-, me han preguntado más de una vez ¿por qué viajas tanto? Debo confesar que quizás cansado o sobrecargado de kilómetros y civilización, a veces no he tenido la respuesta contundente e inmediata que me hubiese gustado dar.

Y es ahí que volteo al desierto y, por enésima vez, vuelvo a Paracas. Con la camioneta cargada de lo indispensable y la mejor compañía posible, comienzo a internarme desde Pozo Santo en las primeras horas de la noche, siguiendo huellas a veces esquivas y manteniendo a la Cruz del Sur sobre mi hombro izquierdo. Treinta kilómetros después encuentro la costa y respiro casi eufórico ese olor intenso y salitroso, lleno de vida, casi tangible, característico de la Bahía de la Independencia. El sonido de las olas y la punta de playa Karwas me ayudan con el último tramo hasta llegar a La Tunga, donde después de saludar a mis amigos «concheros», instalo el campamento y prendo la primera fogata.

Todos mis viajes a la zona han sido recompensados de la mejor manera. Algunas veces nuestros kayaks nos han llevado por islas y puntas. En otras, la pesca ha sido la actividad principal y en todas snorkel y máscara nos han permitido flotar suspendidos en las aguas de ese mar de vida tan lejano a la tugurizacion del chaco, el apetito de las compañías hoteleras y la contaminación de plantas harineras tan evidente en el límite norte de la Reserva.

Pero a veces las cosas rayan con lo mágico. A veces, los delfines parecieran haberse organizado para desfilar frente a nuestro campamento, el viento da tregua y el sol brilla como sabe brillar en el desierto iqueño. El único sonido perceptible es el del mar y el grito de las aves, amas y señoras de esta orilla. Caminamos entre las dunas, nos bañamos hasta arrugarnos y sudamos cuesta arriba en el Morro Quemado para ver el más extraordinario atardecer, vigilados por siete cóndores que vuelan sobre nuestras cabezas.

En la noche, de regreso al campamento y con el respectivo vaso de chilcano de pisco en la mano, la respuesta se ve tan clara como Orión en cielo oscuro: Viajo tanto simple y sencillamente porque me hace FELIZ.